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Esquizofrenia, la enfermedad mental más temida

Esquizofrenia, la enfermedad mental más temida

 

 

La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que las personas que sufren alguna enfermedad mental con graves repercusiones psicológicas, sociales y económicas son más de 400 millones en todo el mundo, y para el 2010 se estima que estos trastornos serán la segunda causa de incapacidad mundial. Entre las enfermedades con consecuencias psicosociales más graves destaca la esquizofrenia.

 

 

 

 

 

 

La esquizofrenia es un trastorno mental que afecta a millones de personas en el mundo. Así, se calcula que de cada 100 personas, una padece esta esquizofrenia. En nuestro país, los expertos estiman que afecta a cerca de 400.000 españoles, de los que el 85 por ciento están diagnosticados aunque sólo el 50 por ciento recibe tratamiento.

 

La esquizofrenia es una enfermedad cerebral compleja en la que existe un funcionamiento defectuoso de los circuitos cerebrales con un desequilibrio entre los neurotransmisores. Como resultado de ello, se verán afectadas algunas de las funciones que rigen el pensamiento, las emociones y la conducta. Uno de los principales neurotransmisores implicados en esta enfermedad es la dopamina, y muchos de los fármacos utilizados intentan actuar sobre ella. También existen otros neurotransmisores implicados, como la serotonina y el glutamato.

 

Hace sólo unas décadas la sociedad consideraba que la esquizofrenia, aun siendo una enfermedad muy frecuente, era tremendamente devastadora e incurable y ante la que poco podía hacerse. Esta situación hoy en día está cambiando, ya que en la actualidad disponemos de muchos más recursos para afrontar la enfermedad y aunque sus bases no son bien conocidas ya se sabe bastante respecto a sus orígenes y a cómo tratarla.

 

Sin embargo, tal y como destacan tanto los enfermos como los familiares, esta enfermedad sigue rodeada de un importante estigma que provoca una gran incomprensión en la sociedad y supone, a la vez, un rechazo hacia estos pacientes que, sin embargo, con un adecuado tratamiento, pueden lograr convivir con la enfermedad logrando una calidad de vida aceptable.

 

 

 

¿Por qué aparece?

Hablamos, en definitiva, de un desorden cerebral que deteriora la capacidad de las personas para pensar, dominar sus emociones, tomar decisiones y relacionarse con los demás. Y es que es una enfermedad crónica, compleja, sin un origen claro, que al igual que ocurre con la epilepsia, la diabetes o muchas otras dolencias de larga evolución, no afecta por igual a todos los pacientes.

 

En tres de cada cuatro casos se detectan los primeros síntomas entre los 16 y los 25 años de edad, afectando por igual a hombres y a mujeres de cualquier país, cultura o estatus socioeconómico, si bien en las mujeres suelen empezar algunos años más tarde, motivo por el que su evolución es más benigna que en los varones. La teoría en la que se basan actualmente los científicos es que existiría una alteración en el desarrollo del sistema nervioso central, ya desde la vida prenatal, que podría explicar el funcionamiento anómalo posterior.

 

Así, entre los factores de riesgo que pueden predisponer a esta enfermedad, destaca la predisposición genética. Y es que, la esquizofrenia es más frecuente entre los familiares de los pacientes esquizofrénicos. Aun así, incluso entre gemelos genéticamente idénticos, es posible que uno tenga la enfermedad y el otro no. Por tanto, la genética tiene un peso importante como factor que facilita o que predispone el desarrollo de la enfermedad, aunque no siempre es el único determinante.

 

También existen diversas alteraciones durante el desarrollo nervioso del feto (por ejemplo, infecciones prenatales), problemas durante el nacimiento o en el posparto, que podrían estar asociados a un aumento del riesgo de sufrir la enfermedad. Y otros factores que pueden actuar como moduladores sobre el curso de la enfermedad y precipitar su desencadenamiento o una recaída, son los denominados factores estresantes ambientales o acontecimientos vitales entorno a una persona predispuesta que pueden condicionar el inicio de la enfermedad o posteriores recaídas.

 

Asimismo, el consumo de sustancias tóxicas como el alcohol, el cannabis, los derivados anfetamínicos (como el éxtasis) y la cocaína, entre otros, favorecen una peor evolución de la enfermedad, con un mayor número de recaídas.

 

Por último, los expertos destacan que el incumplimiento de la medicación es causa, en muchas ocasiones, de recaídas. Y es que, según los estudios realizados al respecto, el 25 por ciento de los pacientes abandona el tratamiento en la primera semana, y el 50 por ciento en el primer año. Este incumplimiento se debe, principalmente, a la escasa concienciación que tiene los propios enfermos respecto a su enfermedad, así como al cansancio ante la necesidad de un tratamiento prolongado, la aparición de efectos secundarios, o el estigma de estos medicamentos.

 

 

 

¿Cuáles son los síntomas?

El gran problema de los síntomas en la esquizofrenia es que la mayoría de ellos son subjetivos, es decir dependen de que los refiera el paciente, y no existe forma alguna de comprobarlos de manera imparcial, por lo que en ocasiones sólo la experiencia de los profesionales y la ayuda incondicional de las familias y los amigos pueden definir esta enfermedad.

 

En líneas generales, los expertos señalan que los síntomas en la esquizofrenia son de dos grandes tipos: positivos y negativos, y dependen su tipo y frecuencia del momento y gravedad de la enfermedad. El calificativo de positivo o negativo nada tiene que ver con el hecho de que sean buenos o malos.

 

Serían síntomas positivos aquellas manifestaciones patológicas que las personas “sanas” no experimentan como las alucinaciones y los delirios, la incapacidad de organizar un pensamiento coherente, de forma que en muchas ocasiones el lenguaje resulta inconexo y carente de sentido, así como alteraciones de la conducta, que pueden llegar a convertirse en extravagantes y erráticas.

 

Y estaríamos hablando de síntomas negativos en aquellas conductas “normales” que el paciente deja de hacer por su enfermedad, como no experimentar sentimientos en determinados casos, no tener voluntad para hacer algo concreto y sencillo, no tener un pensamiento fluido y coherente, pérdida de la capacidad de disfrutar con las cosas que habitualmente le gustaba hacer, o aislamiento social (disminución del interés por las relaciones sociales, con tendencia a las actividades solitarias.

 

Estos síntomas, no tienen porqué darse conjuntamente en todas las personas con esquizofrenia, ni presentan la misma intensidad en unos y en otros, pero lo que sí es cierto es que su aparición rompe bruscamente la vida del paciente y le impide en un gran porcentaje de casos llevar una vida normal tal y como la llevaba antes, hasta que el sujeto tiene un tratamiento y la fase aguda de la enfermedad remite. Asimismo, los síntomas tampoco significan lo mismo en todo el curso de la enfermedad, siendo más expresivos en el comienzo de la misma o en los periodos de reagudización.

 

Es habitual que con el paso del tiempo, los síntomas de la enfermedad se apacigüen y casi desaparezcan quedando el paciente con las “secuelas” de la misma, que consisten en un estado de pasividad, torpeza de pensamiento, abandono del cuidado de sí mismo y de su casa y sentimientos fríos hacia las personas, pero sin presentar delirios ni alucinaciones. Se dice entonces que el paciente se encuentra en una fase residual de la esquizofrenia.

 

 

 

Tipos de esquizofrenia

El que predominen unos u otros síntomas es lo que determina que una esquizofrenia se la clasifique como de un tipo o de otro. Así, nos encontramos con varios tipos, siendo la esquizofrenia paranoide el tipo más frecuente. Se caracteriza por predominar los delirios sobre el resto de los síntomas, en particular delirios relativos a persecución o supuesto daño de otras personas o instituciones hacia el paciente.

 

En este tipo de esquizofrenia el enfermo está suspicaz, incluso irritable, elude la compañía, mira de reojo y con frecuencia no come. Cuando se le pregunta suele eludir la respuesta con evasivas salvo si la crisis es muy aguda en cuyo caso enseguida nos percatamos de que algo grave está sucediendo en su cabeza. También pueden darse alucinaciones, es decir se ven y oyen cosas que no existen, y esto genera mucha angustia y temor.

 

La esquizofrenia hebefrénica es menos frecuente y aunque también puede darse en ella las ideas falsas o delirantes, lo fundamental son las alteraciones del estado de ánimo. Los pacientes se ríen sin motivo y de forma poco expresiva, se quejan de problemas imaginarios y poco concretos y “siempre tienen razón” si se les lleva la contraria. Su conducta está salpicada de gestos amanerados y de frases repetitivas, y se quedan sin fuerza para hacer nada por su propia voluntad tendiendo a la apatía, aunque algunas veces organizan conductas rígidas. Es una forma de esquizofrenia que suele aparecer antes que la paranoide y es mucho más grave, con peores respuestas a la medicación y evolución más lenta y negativa.

 

Por su parte, la esquizofrenia catatónica es mucho más rara que las dos formas anteriores y se caracteriza por alteraciones motoras, ya sea dándose una inmovilidad persistente y sin motivo aparente o una agitación. En la cultura occidental donde vivimos cada vez se ven menos estos casos, pero en otros países menos industrializados y con niveles culturales bajos sí se da con relativa frecuencia. Un síntoma muy típico es la llamada obediencia automática, según la cual el paciente obedece ciegamente las órdenes sencillas que se le dan.

 

En el caso de la esquizofrenia indiferenciada, su diagnóstico se aplica a aquellos casos que siendo verdaderas esquizofrenias no reúnen las condiciones de ninguna de las tres formas anteriores, y se suele utilizar como un “Cajón de sastre” donde se introducen aquellos pacientes imposibles de definir.

 

Estas formas que hemos descrito no son terrenos acotados y así pueden darse casos entre los pacientes de esquizofrenias mixtas, es decir que comparten síntomas de varios tipos. También es falsa la idea por la cual una persona por padecer, por ejemplo, un déficit mental no pueda sufrir además una esquizofrenia, de hecho pueden darse casos así hablando entonces de esquizofrenia injertada, la cual requerirá otro enfoque terapéutico.

 

 

 

Bases del diagnóstico

En la actualidad, el diagnóstico de esquizofrenia se realiza a través de la historia clínica del paciente y de la información de los familiares y compañeros. Es decir, como sucede con otras enfermedades, se diagnostica según unos criterios clínicos, una vez descartadas otras enfermedades (con diversos análisis y pruebas de neuroimagen).

 

No existe una prueba específica cuyo resultado positivo confirme el diagnóstico de esquizofrenia o el negativo lo descarte. A pesar de ello, existen una serie de exploraciones que, en cualquier paciente en quien se sospeche esta enfermedad, pueden ayudar al diagnóstico y al pronóstico de cada caso.

 

Asimismo, para aportar mayor validez y fiabilidad al diagnóstico se dispone de criterios operativos consensuados por la comunidad científica, tales como el CIE-10 de la Organización Mundial de la Salud. También se ha observado que estos enfermos suelen presentar menor rendimiento en ciertas pruebas neuropsicológicas, sobre todo en aquellas que requieren atención, memoria y capacidad de planificación.

 

Tal y como destacan los expertos, el reto de la psiquiatría actual consiste en identificar marcadores biológicos que permitan objetivar el diagnóstico clínico y predecir la respuesta al tratamiento. Para progresar en ese sentido se cuenta con nuevos sistemas de diagnóstico por la imagen.

 

 

 

Tratamiento farmacológico y psicológico

Cuando aparece el primer episodio psicótico puede ser necesaria la hospitalización del enfermo y la instauración del tratamiento que tendrá que seguir de forma prolongada. Tras la remisión del episodio, el enfermo puede conseguir buena adaptación en la esfera laboral, social y familiar.

 

Con el tiempo pueden aparecer recaídas, o los síntomas pueden no remitir en su totalidad, aunque es más frecuente que, a la larga, los síntomas positivos no sean tan destacados como los negativos. Estas recaídas, de producirse, suelen ser más leves y en menor número si se consigue, con la ayuda de la familia y del equipo médico, que el enfermo sea consciente de la enfermedad y de su control terapéutico. La evolución puede ser diversa tras un primer episodio.

 

El tratamiento de la esquizofrenia incluye un conjunto de medidas farmacológicas y psicológicas y de recursos sociales que tienen la finalidad de actuar potenciándose unos a otros para lograr la remisión de los síntomas y la adaptación aceptable del enfermo en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Así, en el primer momento de la fase aguda, el tratamiento es básicamente farmacológico. Los fármacos más utilizados son los antipsicóticos, que restablecen el equilibrio de algunos de los neurotransmisores alterados (por ejemplo, inhibir la acción de la dopamina bloqueando los receptores donde actúa).

 

De forma complementaria, son muy importantes también las intervenciones psicológicas. Entre éstas destacan las técnicas cognitivoconductuales, el entrenamiento en habilidades sociales, la psicoeducación de la familia, etc. Hay que intentar conseguir una conciencia aceptable de la enfermedad para facilitar el interés del paciente por mejorar diferentes aspectos entorno a la adaptación.

 

Tiene que existir una buena comunicación con los familiares para poder aportarles la información y la educación necesarias para que entiendan la enfermedad, y así compartir las necesidades del paciente para poder ayudarlo. Las familias que logran ayudar con éxito al paciente son las que saben aceptar la enfermedad, con sus consecuencias, y la ayuda ofrecida. También desarrollan una esperanza realista para el paciente y para sí mismos, entendiendo que es posible hacer frente a la enfermedad y vencerla.

fuente:Saludalia

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